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The Wall

José Cantón G.

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El negro de Beatriz Zamora un paseo cósmico


Vine a hablar con las obras porque las palabras que traía se sentían insuficientes. No era una galería más de la pinacoteca Diego Rivera, era una habitación laberíntica, un

espectáculo en el cual te podías perder en los diferentes cuadros, era como una

constelación de pequeñas estrellas negras que respiraba a su propio ritmo, a la vez íntimo y cósmico. Allí, entre las paredes que olían a carbón y a la espera de ser contempladas, supe que lo que Beatriz Zamora había creado, no era sólo color era un ejemplo de nombrar lo innombrable.


Hace cuarenta y ocho años, según dice la placa en el archivo, Zamora no trazó un “negro” meramente cromático. Abrió un vínculo desicivo con esa zona de la experiencia, que la palabra “negro” apenas roza un encuentro apasionado con la materia, con la ausencia y la plenitud, con la memoria y la conciencia sideral. Lo que llegó hasta nosotros y lo que los críticos como Robert Bloom o Gerardo Here intentaron poner en palabras fue siempre incompleto “ el negro de Zamora se resiste a la interpretación lineal. Se presta, en cambio, a quien quiera escucharlo, como un secreto con insistencia”.


En la documentación que acompaña la exposición se lee la palabra “perforativo”: Beatriz perforó la superficie del negro para que algo pasara a través. Esa perforación no era un gesto destructivo sino una invocación. son intentos de nombrar el mismo gesto y hacer aparecer una dimensión donde el color deja de ser pura apariencia y se convierte en experiencia en un relato cósmico que nos mantiene atentos.


La historia de la obra atravesó derivas. Hacia 2009, una pequeña ola de artistas comenzó a fijarse en el “monocromo del negro” como territorio de investigación. En 2020 y después, la búsqueda cobró fuerza: no era moda pasajera, era una emergencia cultural. La autoría y el corpus de Zamora tuvieron que enfrentarse a lecturas que querían domesticar su radicalidad, a instituciones que prefirieron los relatos cerrados.


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Pero el negro se mantuvo poroso permitía compenetraciones, ofrecía la posibilidad de que nuestras palabras se equivocaran y aprendieran. Hablar del negro de Zamora obliga a ponerse en una postura muy concreta. Algunos textos lo dicen con una prosa casi litúrgica “para decir tu nombre habría que besar humildemente la tierra” y otros lo expresan en fórmulas más crudas, para acercarse a esa obra hay que aprender a callar. No es un mandato místico es una instrucción práctica. Las piezas piden que te reduzcas al presente, que sostengas el silencio como quien sostiene un objeto frágil. Sólo entonces el negro se abre y murmura, pues cada pieza parece ser muy fuerte pero a la vez frágil.


Una mujer que trabajó con Beatriz en los últimos años contó que la pintora hablaba del

negro como “lugar de esperanza” el brillo donde antes no había brillo. Lo interesante es que no hablaba de iluminación en sentido literal, sino de acceso a una emoción más profunda la capacidad de ver “más allá de un color”. En otras obras, donde los trazos se vuelven como gusanos o hilillos, la sensación es otra miedo, tal vez también principio. La obra no pretende seducir por su belleza, si no hacerte sentir atrapado, pensar que raíces o cuerdas, es lo que hace verlo como algo peligroso.


La sala principal está poblada por pequeños cuadros que parecen diarios. Algunos son

densos hasta la “oscuridad”, otros se abren con un minúsculo punto de luz.

Frente a uno de ellos, una espectadora mencionó que parecía que la obra respiraba, lo cual me hizo ruido ya que a mí me daba la misma sensación, no sé si era por el color o por qué miraba unos trozos de madera cortados.


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La exposición también desafía la noción de realidad. La “deriva existencial interseccional” que se le atribuye a la obra es más que esa frase célebre, indica que esas obras no están solo para ser vistas, están para ser habitadas para provocar encuentros. En ese sentido, la obra de Zamora dio pie a nuevas maneras de entender la práctica artística, no como conquista individual, sino como campo de relaciones.


Francisco Hernández Zamora, en un texto de agosto de 2025 que acompaña la exposición, insiste en ello “la obra se abrió al mundo y exigió diálogo”

Al salir, la noche me pareció más espesa, todo estaba oscuro y bastante nublado, el suelo mojado y justo anoté una frase que acompaña muy bien está experiencia “convertirme en todo para reducirme a la nada”, “ser hoguera y ceniza”.


La exposición lo deja todo muy claro y eso es la promesa de que a través de la

contemplación, tú le puedes dar el valor a algo y aunque sea una cosa cotidiana puedes

volverlo en tu tesoro cósmico.


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