Entre voces y teclas
- Mente Urbana

- 20 sept
- 3 Min. de lectura
Alejandro Soto Solórzano

El viernes por la mañana desperté con la emoción tranquila de quien sabe que el día guarda un plan especial. No era un viernes cualquiera: había apartado en mi agenda la tarde para asistir a un recital de piano en la Facultad de Música de la Universidad Veracruzana, en Xalapa. Desde días antes lo esperaba, porque no se trataba de cualquier concierto improvisado en un auditorio universitario; la invitación venía de mi mejor amigo, quien me habló con entusiasmo de Alfredo de Lamadrid, un pianista al que conoce desde la infancia y al que describe casi como primo. “Tienes que escucharlo”, me insistió, “se ha pasado los últimos tres meses trabajando día y noche en estos arreglos”.
La invitación llevaba el título de “Arreglos Revolucionarios Mexicanos”, con letras que evocaban el papel picado de las fiestas patrias. El programa prometía piano y voz, un recorrido sonoro por canciones de la Revolución Mexicana reimaginadas por Alfredo. Nada más leer el cartel, pensé que esta sería una de esas historias que merecen ser contadas en una crónica.
El camino al auditorio…
Llegué puntual a la Facultad de Música a las 5:00pm, con el sol de septiembre tiñendo de dorado las calles de Xalapa. En el vestíbulo, el movimiento de estudiantes, maestros y algunos padres de familia anunciaba que algo especial estaba por comenzar. El auditorio, recogido y elegante, parecía preparado para guardar silencio y dejar que la música lo llenara todo. Desde la primera fila, algunas personas hojeaban el programa impreso, mientras los murmullos se mezclaban con el sonido de sillas y pasos que buscaban lugar.
Yo también tenía mi libreta lista: mi misión era escuchar, observar y después narrar. La crónica comenzaba a escribirse sola, incluso antes de que la primera nota sonara. Fue algo tan nostálgico entrar a la facultad, hace varios años tuve la oportunidad de estudiar en el Centro de Iniciación Musical Infantil (CIMI) y años después en la facultad y debo de decir que no a cambiado absolutamente nada.
El inicio…
Alfredo apareció con paso sereno, vestido de azul oscuro, con un aire de formalidad. Le acompañaba Valeria, la cantante que esa tarde prestaría su voz a los arreglos. Ella llevaba un vestido rojo y un tocado de flores rojas que recordaba inevitablemente a las imágenes más vibrantes del folclore mexicano.
El primer acorde del piano cayó como una piedra en el agua: expandiéndose, abriendo espacio en la sala. Después la voz de Valeria entró firme, envolviendo cada palabra con un tono grave y poderoso. Era inevitable pensar que aquellas canciones, que alguna vez sonaron en plazas y campamentos revolucionarios, se transformaban ahora en piezas de concierto, cuidadas y refinadas, pero sin perder su fuerza.
En un momento de la velada, Alfredo tomó la palabra. Explicó que muchos de esos arreglos eran suyos, fruto de largas horas de trabajo. Tres meses de desvelo y disciplina, de revisar partituras que pocas veces están disponibles libremente en internet y que, cuando lo están, suelen estar bajo candado por cuestiones de derechos de autor. “Por eso decidí hacerlos míos, traerlos aquí con mi propia interpretación”, dijo.
No era solo un concierto; era también un testimonio del esfuerzo individual de un músico joven que busca abrirse camino a través de la técnica, pero también del cariño hacia su herencia cultural. A la mitad del programa, Valeria salió discretamente y el escenario quedó únicamente con Alfredo y el piano.
Cuando sonaron los últimos acordes, hubo un segundo de silencio absoluto, como si nadie quisiera romper el silencio. Luego, una ovación larga, de pie, que obligó a Alfredo y Valeria a permanecer un largo rato en el escenario. Yo miraba alrededor y notaba rostros conmovidos, algunos con sonrisas amplias y otros con una emoción más contenida, pero igual de evidente. Al final de todo nos explicó que todas las canciones de su repertorio estaría subidas de forma gratuita para que todos puedan tener acceso a tocarlas sin la necesidad de pagar por ellas porque como Alfredo dijo todas era piezas de “dominio público” pero al ser transcritas por otro músico pasadaba a tener derechos de autor. Fue un gesto increíble y lo único que pidió a cambio fue que su nombre tenía que ser mencionado y uno quería hacer uso de sus obras.
Al salir, la noche xalapeña recibía fresca y húmeda, como casi siempre. Llevaba conmigo las imágenes: el vestido rojo de Valeria, el gesto concentrado de Alfredo, las manos rápidas sobre el teclado brincando de arpegios a octavas, el silencio atento de los presentes. Pensé que, aunque el concierto había durado apenas una hora con quince minutos, el eco de esa música se quedaría mucho más tiempo.





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