Kilómetro 33
- Mente Urbana

- 20 sept
- 4 Min. de lectura
Victoria Gisselle Arango Marín

La autopista Córdoba-Veracruz amaneció el martes como cualquier otra. Los rayos del sol apenas atravesaban la bruma que suele abrazar el camino y los motores marcaban la rutina de cientos de viajeros que se desplazan diariamente por esa vía. Nadie imaginaba que el kilómetro 33+200, a la altura de Carrillo Puerto, sería escenario de un accidente que se transformaría en una estampida de fuego, humo y miedo.
Era poco después de las ocho de la mañana cuando un tráiler cargado de cerveza, que circulaba a velocidad considerable, impactó violentamente contra un autobús de la línea ADO que había detenido su marcha en las inmediaciones de la caseta de peaje de Cuitláhuac. El golpe fue tan brutal que, en cuestión de segundos, ambos vehículos quedaron envueltos en llamas.
El estruendo inicial se escuchó como un trueno seco. Los vidrios del autobús estallaron hacia afuera, los cuerpos se sacudieron en un mismo temblor y el olor a gasolina y plástico quemado se extendió con rapidez. “Fue como ver una película de acción, pero con nosotros adentro”, relató más tarde un pasajero, todavía con las manos tiznadas de hollín.
El instante en que todo se volvió rojo
Las crónicas de los sobrevivientes coinciden: tras el impacto, hubo unos segundos de silencio, un aturdimiento colectivo que duró apenas un suspiro. Después, el fuego empezó a brotar por la parte delantera del autobús, como una lengua que crece sin piedad. El tráiler, cargado con cientos de cajas de cerveza, se convirtió en una antorcha sobre ruedas.
El calor fue inmediato, insoportable. Algunos pasajeros comenzaron a golpear las ventanillas con los puños o con cualquier objeto a la mano; otros empujaban desesperados para llegar a la puerta de emergencia. Los más arriesgados saltaron por las ventanas aún calientes, con el riesgo de cortarse con los cristales rotos. El pavimento se convirtió en refugio improvisado, aunque estaba cubierto de fragmentos de metal y líquidos ardiendo.
Entre los gritos, alguien repetía: “¡Corran, corran, va a explotar!”. Y todos corrieron. No hubo tiempo de pensarlo dos veces. El milagro en medio del desastre El saldo preliminar fue de 14 personas lesionadas, entre ellas los dos conductores. Ninguno
perdió la vida, un hecho que las propias autoridades calificaron como “milagroso” dada la magnitud del siniestro. Los heridos fueron trasladados a hospitales cercanos para recibir atención médica; la mayoría presentaba quemaduras leves, fracturas y crisis nerviosas.
Los paramédicos de la Cruz Roja llegaron al lugar minutos después, cuando el fuego ya se elevaba como una columna visible desde varios kilómetros. La Guardia Nacional cerró de inmediato ambos carriles y el tránsito se acumuló en largas filas que parecían no tener fin.
Algunos conductores bajaban de sus autos para grabar videos; otros rezaban en silencio, conscientes de que ellos también podían haber sido parte de la tragedia.
La lucha contra el fuego
Controlar las llamas fue tarea titánica. Bomberos de Córdoba, Cuitláhuac y Amatlán trabajaron hombro con hombro con Protección Civil estatal y municipal. Las mangueras escupían agua y espuma, pero el fuego parecía resistirse a morir. El tráiler y el autobús ardían como si se hubieran jurado consumirse juntos.
El aire estaba cargado de humo negro, espeso, que quemaba los ojos y raspaba la garganta. El pavimento crujía con cada explosión de llantas, mientras las cajas de cerveza se reventaban una tras otra, generando un chasquido extraño, como si fueran aplausos macabros.
Durante casi cuatro horas la autopista permaneció cerrada. El asfalto se transformó en un escenario detenido en el tiempo: filas de automóviles varados, viajeros caminando entre el humo, el eco de las sirenas mezclado con el rumor de las conversaciones nerviosas.
La autopista como espejo de la fragilidad
Al caer la tarde, lo único que quedaba eran dos estructuras calcinadas, irreconocibles. Donde horas antes había un autobús y un tráiler, ahora yacían esqueletos metálicos, retorcidos por el calor. El olor a quemado seguía impregnando el aire, y el viento esparcía cenizas como si fueran confeti oscuro.
Los pasajeros, ya a salvo, seguían hablando entre ellos, como si al contar lo sucedido una y otra vez pudieran convencerse de que estaban vivos. Una mujer abrazaba con fuerza a su hija adolescente; un hombre pedía un cigarro para calmar el temblor de sus manos; otro más, con el pantalón rasgado y la piel enrojecida, murmuraba que había vuelto a nacer.
Las autoridades, entre tanto, abrían carpetas de investigación. ¿Qué ocurrió en esos segundos previos al impacto? ¿Hubo una falla mecánica? ¿Fue exceso de velocidad, descuido o simplemente un infortunio? Las respuestas llegarán, pero tardarán más que el eco del accidente, que ya recorre boca en boca en toda la región.
Reflexiones al borde del camino
Este accidente no es un hecho aislado. La autopista Córdoba-Veracruz es uno de los tramos más transitados y también más peligrosos del estado. La velocidad, el flujo constante de tráileres y autobuses, la falta de mantenimiento en algunos sectores, todo se mezcla en una fórmula que suele cobrar vidas. Esta vez no ocurrió lo peor, pero la imagen de las llamas quedará grabada como advertencia.
La escena nos recuerda lo vulnerables que somos frente a la carretera, frente a la velocidad y frente al azar. En un segundo la rutina se convierte en tragedia, el paisaje cotidiano en campo de fuego. Cada pasajero que logró escapar lo sabe: al bajar del autobús y sentir el aire fresco, respiró no solo oxígeno, sino vida.
Epílogo provisional
Al final del día, el kilómetro 33+200 recuperó su ritmo. Los autos volvieron a avanzar, el tráfico se disipó y la vida siguió su curso. Pero algo quedó suspendido en la memoria de todos los que estuvieron ahí: el rugido del impacto, la llama que todo lo devoraba, el miedo compartido y, sobre todo, el alivio de haber sobrevivido.
La carretera guarda ahora la huella del fuego, y quienes fueron testigos cargan con una certeza nueva: cada viaje puede ser el último, y cada llegada a destino, un triunfo silencioso.




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