Las Joyas del Jaguar III
- Mente Urbana

- 25 abr
- 2 Min. de lectura
Gabriel Francisco
El pasado 25 de abril, en punto de las 5 de la tarde, el número 7 de la calle J. J. Herrera, en el corazón del centro de Xalapa, se convirtió en un espacio de encuentro, arte y expresión con la realización del evento “Joyas de Jaguar 3”. Esta actividad fue organizada con esmero por la maestra Saray y la maestra Isabel, quienes cuidaron cada detalle para ofrecer una experiencia significativa, tanto para los participantes como para el público asistente.

Desde el primer momento, se sintió que el evento no era uno cualquiera. Había una energía especial en el ambiente, una mezcla de nerviosismo, entusiasmo y calidez. No se trató solo de presentaciones, sino de compartir momentos cargados de sinceridad, creatividad y emociones auténticas. Cada persona que subió al escenario lo hizo desde su lugar más personal, sin máscaras ni filtros. Fue una invitación abierta a mirar el interior de cada quien.
Las intervenciones fueron tan variadas como potentes. Hubo quienes leyeron textos propios, otros se expresaron con el cuerpo, algunos usaron la voz como herramienta principal, mientras otros recurrieron al silencio y la mirada como forma de comunicar. Todas esas formas fueron válidas y bien recibidas, generando un espacio donde el juicio quedó fuera y solo se valoró el acto de atreverse a compartir.

Algo que llamó especialmente la atención fue la actitud del público: atenta, empática y respetuosa. Se sentía que todos entendían que estaban presenciando algo más profundo que una muestra artística. Era un acto de conexión colectiva, donde las barreras entre quien habla y quien escucha se rompían poco a poco.
Las maestras Saray e Isabel no solo guiaron el evento con profesionalismo, sino también con un cuidado humano admirable. Supieron acompañar, sostener y dar confianza a quienes participaron. Gracias a ellas, el espacio se convirtió en un lugar seguro, donde nadie se sintió fuera de lugar ni juzgado.

Joyas de Jaguar 3 fue más que una actividad académica. Fue una experiencia de comunidad, de escucha y de expresión auténtica. Dejó huella en quienes asistimos, y nos recordó que compartir lo que somos, aunque sea solo por unos minutos, puede ser un acto profundamente transformador.




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