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Fractura de un sueño

Roberto Gabriel Aguirre Sánchez

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Todavía recuerdo con claridad ese partido amistoso de preparación rumbo a Brasil

2014. Era un sábado de finales de mayo y México se enfrentaba a Ecuador en

Arlington, Texas. Yo lo estaba viendo emocionado frente a la tele, con mi familia,

porque esos juegos previos al Mundial siempre me llenan de ilusión. El estadio lucía

lleno, pintado de verde, blanco y rojo, parecía que México ya jugaba en tierras

mundialistas. Las banderas, los cánticos y hasta las trompetas sonaban con fuerza

en las gradas; uno podía sentir que algo importante estaba por comenzar.


Luis Montes estaba teniendo un partido impresionante. Desde que empezó el

encuentro se notaba con confianza, tocando la pelota con seguridad, levantando la

cabeza y buscando espacios. Al minuto 33 nos regaló un golazo que todavía tengo en

la memoria: un disparo seco, de media distancia, imposible para el portero. Yo salté

del sillón y grité el gol como si fuera uno de Mundial. En ese instante sentí que Montes

se iba a consolidar como uno de los grandes del Tri en Brasil.


Pero todo cambió en cuestión de segundos. Apenas cuatro minutos después, al 37,

Montes fue a disputar un balón dividido con Segundo Castillo. Era una jugada común,

de esas que se ven en cualquier partido, nada que pareciera peligroso. Sin embargo,

cuando chocaron, el destino se torció. Montes cayó al césped con un grito que heló el

ambiente. Yo me quedé helado también, viendo la repetición, y ahí fue cuando noté

que algo estaba muy mal en su pierna. La transmisión se volvió tensa, los

comentaristas bajaron la voz y el estadio quedó en silencio.


Nunca olvidaré ese momento. Las cámaras mostraban a Castillo llorando y

pidiéndole disculpas a Montes, los compañeros del “Chapo” con el rostro

desencajado y Miguel Herrera, el técnico, con la mirada perdida. El público, que

minutos antes cantaba y gritaba, se quedó mudo. En la pantalla aparecían imágenes

de la camilla, los médicos, la pierna inmovilizada y Montes cubriéndose la cara con

las manos. Era evidente que su sueño mundialista se acababa en ese instante.


A partir de ahí, el partido se jugó con otra energía. Yo mismo ya no prestaba atención

al marcador. México terminó ganando 3-1, con goles de Montes, Marco Fabián y otro

más, pero para mí el resultado dejó de importar. Sentía que habíamos perdido algo

más grande: la ilusión de ver a uno de nuestros mejores jugadores en su máximo

torneo. Me quedé pensando en lo cruel que puede ser el fútbol, en cómo en un

segundo se puede apagar todo lo que llevas construyendo durante años.


Esa tarde aprendí también a mirar a los jugadores de otra manera. Más allá de las

camisetas y los colores, hay personas con sueños, familias y esfuerzos detrás. Ver

llorar a Segundo Castillo un rival, no un compañero me conmovió casi tanto como ver

a Montes en el piso. Me hizo darme cuenta de que en el deporte hay solidaridad,

humanidad y dolor compartido. Esa imagen de Castillo llorando, de los médicos

trabajando y del “Chapo” siendo llevado fuera del campo quedó grabada en mi

memoria como una de las escenas más tristes que he visto en un partido.


Al día siguiente, las noticias confirmaron lo que todos temíamos: fractura de tibia y

peroné, fuera del Mundial. Recuerdo que encendí la televisión y sentí un vacío en el

estómago. Montes no solo había perdido su oportunidad de brillar, también el Tri

perdía a una pieza fundamental. En redes sociales y en los noticieros todo mundo

hablaba de lo mismo. Esa sensación de duelo futbolístico era compartida por

millones.

Hoy, cuando vuelvo a pensar en ese partido, ya no me viene a la mente el marcador, ni

el estadio, ni siquiera los goles. Lo que me vuelve es la sensación de silencio y de

impotencia. Aquella tarde comprendí que el fútbol es emoción, sí, pero también

fragilidad. Comprendí que detrás de cada jugada hay un riesgo, detrás de cada ilusión

hay un sacrificio y detrás de cada caída hay un ser humano que siente, sufre y llora.

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Por eso esa noche, al apagar la tele, sentí que todos habíamos perdido un pedacito de

ilusión. Montes perdió su Mundial, nosotros perdimos al jugador que podía brillar y el

partido, aunque oficialmente ganado, quedó marcado por una herida colectiva. A

veces, cuando veo resúmenes de ese encuentro, vuelvo a sentir el mismo nudo en la

garganta. Esa es la fuerza del fútbol y, al mismo tiempo, su lado más duro: en un

instante te da gloria y en otro te la arrebata.

 
 
 

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